
Passing the Gift
Ilé
Cada hogaza es un acto de resistencia. Relocalizamos la alimentación, recuperamos vínculos, generamos comunidad. Un pan no alimenta solo el cuerpo, sino las relaciones. Nuestra revolución es silenciosa. Se realiza en el tiempo lento de la fermentación, en el cuidado microscópico, en la atención a los procesos.
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La masa como metáfora
υλη (ilé) es una cartografía de la fermentación, un ejercicio de decodificación comunitaria donde cada pan constituye un territorio de resistencia, un espacio de transformación molecular y cultural. La masa madre no es simplemente un cultivo bacteriano, sino una comunidad viva que nos recuerda nuestra profunda interdependencia.
Cada ciclo de fermentación es una conspiración silenciosa contra la lógica de la aceleración y la inmediatez, un barbecho donde repos(i)tan los gérmenes de una nueva temporalidad. Renunciamos a la dialéctica entre acelerar o ralentizar. Hacemos una pausa en el incesante bombardeo de reformas precipitadas. Nuestra revolución habita el tiempo lento de la fermentación, la contemplación silenciosa, la demora creativa. Cultivamos ciudades barbecho: territorios que permiten profundizar más que producir. Un movimiento de introversión antes que de expansión. Cultivamos no solo pan, sino una nueva relación con lo material.
La masa es un pliegue ontológico donde la materialidad se resiste a la definición estática. No es un objeto, sino un proceso; no un producto, sino un ecosistema de transformación molecular. Nuestra masa madre no es un mero ingrediente, sino un microcosmos de conspiración y devenir. La materia no es pasiva, es un entramado de relaciones, un diálogo incesante entre especies. No hay jerarquía, sólo negociación permanente. Nuestra ontología celebra lo informe, lo que resiste toda categorización. La masa es aquello que no puede ser asimilado, neutralizado o reducido. Es un territorio de intersticios, de márgenes que se multiplican. No buscamos totalizar, sino expandir las posibilidades de lo molecular.
La masa es aquello que no puede ser asimilado ni neutralizado. Es el territorio donde lo periférico se multiplica, donde los plexos e intersticios desafían toda tentativa totalizante. No es un medio, sino un acontecimiento: un pliegue donde la vida se resiste a la homogeneización. Nuestra masa madre no es un cultivo, es un ecosistema de resistencia donde cada bacteria deviene un agente de transformación cultural. La fermentación no es un proceso, es una conspiración silenciosa contra los dispositivos de control. Aquí, lo molecular se constituye como la verdadera dimensión de lo político.
Poética de la cotidianidad
Recuperamos el pan no como producto, sino como proceso. No buscamos la eficacia, sino la demora contemplativa. Nuestra práctica es un jaqueo de los sistemas de producción industriales, una inserción sutil en los circuitos del consumo. Cultivamos no solo pan, sino cultura. Cada hogaza es un acto de transmutación, un pasaje del estado de muerte al estado de vida. Seguimos la etimología primigenia: cultura de kwel, girar, círculo, ciclo. La fermentación deviene una metáfora radical de transformación. No es un proceso lineal, es un círculo, un ciclo (kwel): girar, circular, mutar. Cada ciclo es una conspiración contra la temporalidad capitalista de la inmediatez. Desaceleramos, profundizamos, contemplamos. La materia no se produce, se cultiva.
Frente a la tiranía de la eficacia, reivindicamos el trabajo artesanal como paradigma de transformación. No buscamos producir, sino cultivar. No aspiramos a la cosecha, sino a la siembra indefinida. Cada pan es un barbecho existencial: territorio de lo improductivo, espacio donde la libertad (praxis) prevalece sobre la lógica de la producción (poiesis).
Inserções
Inspirados en Cildo Meireles, introducimos nuestras consignas no en botellas de Coca-Cola, sino en las capas de gluten y bacterias. Cada pan es una inserção en el circuito alimentario, un objeto que transporta información más allá de su materialidad. Subvertimos desde lo microscópico: las bacterias de nuestra masa madre son agentes de transformación cultural, infiltrados en el corazón mismo del sistema alimentario global.
En este sentido, nuestras bacterias no son sometidas, son co-conspiradores. No las domesticamos, coevolucionamos. Cada cultivo es un diálogo, cada fermentación una negociación entre especies. Un pan no es un objeto, es un ecosistema. No es un producto, es un acontecimiento. No es un bien de consumo, es una narración.
Insistimos: convertimos cada hogaza en una inserción en el circuito alimentario global. No producimos un objeto, transportamos una información. Nuestras bacterias son agentes de decodificación comunitaria, infiltrados en el corazón mismo de los sistemas de producción. La fermentación deviene metáfora de una revolución que no busca la toma del poder, sino la transformación de las relaciones. Cada pan es un manifiesto: no se trata de consumir, sino de conspirar.
Los procesos microscópicos devienen agentes de desorganización cultural. Así como las bacterias de la masa madre conspiran silenciosamente contra los sistemas de producción industrial, las inserções infiltran gérmenes de disidencia en los circuitos hegemónicos. Ambas prácticas entienden la materia no como objeto pasivo, sino como ecosistema viviente capaz de subvertir desde lo molecular: la masa fermenta desafiando la temporalidad capitalista. No se trata de confrontación, sino de contaminación; no de destrucción, sino de mutación silenciosa. Tanto ὕλη como las inserções son manifestaciones de una revolución microscópica donde cada bacteria, cada fragmento, cada residuo transporta una información que excede su materialidad, generando ramificaciones imprevisibles en los sistemas de producción y significación.
Pepaideuménos
Custodiar los ojos significa ver más allá de la superficie. Ver en cada grano de harina una posibilidad, en cada fermento un acontecimiento. Somos pepaideuménos: aficionados, amateurs que se conducen con la rudeza de lo doméstico. Nuestra práctica es franca, sin artificio.
Hacemos pan como quien escribe un poema, como quien compone una sinfonía. Nuestro compromiso no está en la transformación, sino en el cuidado microscópico, en la atención a los procesos. Practicamos un “apprivoiser” radical: crear vínculos que no destruyen la diferencia, que afirman la alteridad sin romper la unidad. Nuestra práctica es un descentramiento: ni anfitrión ni huésped ocupan el centro. Cada pan genera un espacio de encuentro donde lo esencial es invisible a los ojos.
Relocalizamos la alimentación, recuperamos vínculos, generamos comunidad. Un pan no alimenta solo el cuerpo, sino las relaciones.