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Círculos coloridos

Passing the Gift

Laura Posada

Pensar en mi familia es sinónimo de viajar al pasado. Un tiempo en el que la idea de mi ni siquiera existía y donde, a pesar de ello, se forjó aquello que soy hoy. Todo empezó con mis abuelitos, Teresita y Jesús, amantes de la vida y emprendedores del mañana. Los detalles de su amor me son desconocidos, no porque este no existiera, sino porque cuando pude estar para apreciarlo el amor formaba parte de una relación madura en la que el sentimiento se fundía con el día a día de muchas décadas. Su matrimonio se consumó con el nacimiento de la hija mayor y, a partir de allí, la familia no haría más que crecer y crecer; fueron ocho los hijos que tuvieron este par de marinillos y otros muchos más los
momentos hermosos que pasaron junto a estos.

Mi mamá y mis tíos siempre hablaron de sus felices infancias: del temperamento fuerte de Teresita, que de forma prematura e inevitable fuimos heredando todos, de los esfuerzos que siempre extremó Jesús para llevarlos a todos de paseo a la Costa o para construir la casa en la que más de una docena de personas iba a vivir su niñez. También me contaron
a cerca de las fiestas legendarias de la familia de mi abuelita, llenas de risas, aguardiente y música; recuerdo una ocasión en la que resultamos en inmediaciones con Caldas y el frío nos obligó a parar en un restaurante que tenía la apariencia de una vieja posada antioqueña; en su interior se encontraba una antigua chimenea que pedimos encender para mi abuelita y de alguna forma resultaron pidiendo media de aguardiente para escuchar con los tangos y la música de cuerda que estaban poniendo.

 

Esa tarde mi abuelita cantó durante un largo rato con mis tíos, bebió y estuvo riendo; creo que nunca la vi siendo tan ella misma como en esa ocasión en toda mi vida. Con el sonar de unas cuantas notas revivió una sensación que el pasado había devorado y durante ese instante pudimos viajar con ella a momentos que no yacían en nuestra memoria, y probablemente en la de ella tampoco, pero que vivían en su corazón.

 

Mi abuelita fue siempre un ser humano extraordinario, la madurez con la que ella asumíala vida y su capacidad para disminuir la envergadura de las dificultades son atributos envidiables que maniobraba sin mínimo esfuerzo. Procuró al extremo cultivar la mente y el espíritu de mis tíos, los preparó para el éxito y para creer en ellos mismos, los hizo sentir valiosos, respetados y valorados. Les enseñó la importancia de estar unidos y les dio un espécimen de amor: Libre de egoísmos, de miedo, exento de estereotipos y amplió, cual ancho de las acciones sinceras y tan largo como la longitud de las palabras bellas. Y no solo eso, los animó a buscar el amor y a darlo con cada fibra del alma.

 

Era tan buena que nunca advirtió de los riesgos de amar, pero no desamparó a nadie cuando estos peligros se hicieron evidentes. En ningún momento juzgó los lugares en los que cada uno resultó encontrando el amor, ella confiaba en que todos hallaríamos la fuerza para afrontar nuestras elecciones y se mostró presta a sanar heridas que no había abierto.
Era una madre admirable y un ser humano ejemplar, el pilar de una familia que floreció con sus cuidados y dedicación; entregó todo de si para que descubriéramos quienes éramos, no con el objetivo de ocupar un cargo o tener una carrera sino, con la intensión de tener una vida plena y poder hacerle frente a lo que ello significaba.

 

Mi abuelito, por su parte, estuvo siempre inundado de ambición. Trabajó muy duro para darle a todos un futuro, siendo de un humilde origen, no se rindió ante las adversidades y así mismo instruyó a mis tíos para apuntar al progreso, los sueños y el mañana. En verdad creía en el poder de la educación, porque fue esta misma la que una vez le cambió la vida, pero fue su berraquera la que determinó el curso de su existencia y de los logros que a partir de ella consiguió. Veo su espíritu en mis tías, en aquellos egresados de universidades públicas de los que estaba muy orgulloso, en mi mamá que miraba con recelo el devenir del futuro y en mis primos quienes siguen los pasos que mi abuelito concibió, aunque no se dan cuenta, recorren un camino ajeno dejando sus propias huellas.

 

Los elementos que relacioné bajo esta narrativa tienen un valor intrínseco, al ser posesión de ambos o ser una simple manifestación furtiva de su paso por la tierra. En primer lugar, la cédula de mi abuelita forja parte de su identidad y hace gala de su origen marinillo, la camándula de mi abuelito es un giño al aspecto religioso que fue indispensable para la familia, los anillos de mi abuelita son una expresión física de lo que una vez fueron, la moneda y el billete hacen referencia de un contexto en el que ambos estaban inmersos, así como el certificado de votación que habla también de un ejercicio político, la letra de cambio demuestra la organización financiera y la prosperidad que esta alimentó, la botella de licor la asumo como un acompañante de los momentos de euforia familiar, la máquina de moler es parte de la remembranza de una actividad íntimamente vinculada con la casa y los oficios en función de esta y las fotografías son un lugar en el que aún estamos todos
juntos, con ellos.

 

Vale la pena mencionar que la manera en que las dispuse, en mi interpretación de un álbum, intenté intervenir en su presentación para señalar que la existencia particular de todos los autores afecta la puesta y le otorga un sentido diferente, le añade o le resta, pero de algún modo la afecta. Es por ello que la última fotografía es la que recibió la mayor manipulación, puesto que representa el trauma en el que se agota este trabajo y es el de la ausencia. Mis abuelitos fallecieron y los datos referentes a su deceso no son relevantes para abordar la temática de este escrito porque, aunque hemos sufrido la pena de su partida, concluimos que nuestra vida no gira en torno a su vacío, sino alrededor de lo que somos gracias a ellos.

​

Afortunadamente tuvieron vidas explosivas, plenas y bellas, no sería justo para ambos que nos dedicáramos a recordar únicamente el excepcional hecho suficientemente doloroso que marcó un punto de inflexión en sus vidas y en nuestra memoria. Merecen más, deberíamos procurar devolverles todo lo increíble que hicieron por la familia aún en muerte, porque es nuestra existencia lo que se encuentra en juego, la forma en la que la abordamos y como la enfrentamos, la ordenamos y deformamos es para lo que ellos trabajaron todo el tiempo. Siempre apuntaron a mostrarnos que hay algo más grande al interior de nuestras acciones, nuestra educación, un abrazo, una sonrisa, una lágrima o una carcajada, una aventura o una anécdota, la suma de todo eso es una vida y lo ideal sería que fuera una que nos enorgulleciera, y con la que pudiéramos hacerle bien a los demás.

 

Les debemos demasiado, nunca sabremos cuantas veces lloraron en nuestro nombre ni el número de sonrisas de orgullo hicimos brotar de su rostro, pero podemos seguir juntos y averiguar si la confianza que tanto depositaron en nosotros valió de algo. Así pues, creen nosotros sería creer en ellos, no solo por seguir sus enseñanzas sino, porque su corazón
palpita en nuestro interior. Podríamos ser 50% Jesús y 50% Teresita, pero siempre seremos 100% suyos y es algo que no seríamos capaces de experimentar de otra forma.


Puede que yo diga no sea verídico, que mi idea de ambos esté tergiversada, pero ojalá todos tuvieran una corrupción de la memoria de este tipo. De la clase que te hace sentir afortunado de, aunque sea, palpar la existencia de dos seres que llegaron a este mundo para derramar su humanidad en personas increíbles como las que componen mi familia y aunque no podamos jamás alcanzar a divisar la compleja totalidad de lo que mis abuelitos fueron, pero, quizá si reunimos cada uno la versión que tenemos de como eran podamos coser los retazos y acercarnos más a ellos.

Un don es algo que no obtenemos por nuestro propio esfuerzo. No lo podemos comprar. No lo podemos adquirir por medio de un acto de voluntad. Nos es concedido.

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