Mercados populares y plazas, zonas periféricas de la ciudad, barrios de autoconstrucción y viviendas informales, periferias autoconstruidas que tejen sus propias cosmogonías, terrenos y lotes baldíos repletos de matorrales, solares donde brotan los rituales del desenfreno, infraestructuras en desuso, cruces de caminos, encrucijadas y zonas de transición, estaciones de transporte público, esquinas concurridas, esquinas donde se venden artesanías, dulces, chance y todo tipo de cacharros, intersecciones de vías, santuarios, templos y lugares de devoción popular donde arden velas y se rezan novenas, mercados móviles, ventas callejeras, puestos de arepas y chorizos humeantes, cantinas de aguardiente barato y tejo hasta caer la noche, casas de zinc y ladrillo donde los vecinos cuelgan sus tendederos, rincones escondidos de barrios obreros, con sus talleres de mecánica, carpinterías y panaderías que exhalan olor a sudor y masa, márgenes de ríos, quebradas y cuerpos de agua, rostros ocultos que se asoman en el descascarado de las paredes, figuras fantasmales que surgen entre las ramas retorcidas de los árboles, formas reconocibles en el desorden de los puestos del mercado, siluetas familiares entre el humo de las fritangas, mensajes secretos escondidos en los grafitis, palabras misteriosas tejidas en los tendederos de ropa, presencias invisibles que acechan en los callejones sombríos, símbolos ocultos que se revelan en el desorden, adivinaciones que se vislumbran en las rugosidades del cemento, rostros de santos milagrosos que se manifiestan en las vetas de los muros, almas en pena que danzan entre las vigas oxidadas de los techos.