
Passing the Gift
Matemazine
La estructura significante, a la manera de fracción de dos pisos, se explica en tanto sistema diferencial a modo de la relación de un significante con otro significante. De igual manera, puede explicarse desde la perspectiva de la ausencia de origen. Después de todo, “para estructurar correctamente un saber hay que renunciar a la cuestión de los orígenes” (Lacan, 2008, p. 17).
Estructura significante, movimientos de la historicidad e intervenciones historiográficas
La estructura significante, a la manera de fracción de dos pisos, se explica en tanto sistema diferencial a modo de la relación de un significante con otro significante. De igual manera, puede explicarse desde la perspectiva de la ausencia de origen. Después de todo, “para estructurar correctamente un saber hay que renunciar a la cuestión de los orígenes” (Lacan, 2008, p. 17). Dicha ausencia se manifiesta en la estructura significante como repetición y desdoblamiento, como diferencia-en-repetición. Es así que, la expresión significante aquí debe entenderse como la enunciación de lo sin origen –un significante que interviene (S1)– y lo indecidible –un campo constituido de los significantes (S2)–. En tanto sistema diferencial, la significación se articula como deslizamiento radical, estructural, constitutivo: “Una vez surgido S1, primer tiempo, se repite ante S2. De esta puesta en relación surge el sujeto, representado por algo, por cierta pérdida” (Lacan, 2008, p. 17). Dichas articulaciones dan lugar a diversas prácticas de enunciación (discursivas) a través de fuerzas vectoriales y de remisión, ya sean de extracción y traspaso, emergencia y (des)identificación, inserción y articulación, delimitación y apertura, confusión y sentido. Dirá Lacan (2008, p. 18): “este aparato de cuatro patas, con cuatro posiciones, puede servirnos para definir cuatro discursos básicos”.
Este aparato de cuatro patas permite analizar cómo el significante interviene en el campo del Otro, produciendo efectos de subjetividad ($), saber (S2) y goce (a), siempre en un juego de presencias y ausencias, de lo dicho y lo no dicho, de lo consciente y lo inconsciente. De suerte tal que tenemos que caracterizar los elementos y las posiciones. Arriba a la izquierda de la fracción está la posición dominante que impulsa el discurso y que representa lo que aparentemente está “al mando” o “hablando” en el discurso. Arriba a la derecha de la fracción está la posición a la que se dirige el discurso, representando el campo sobre el que se opera. Abajo a la izquierda encontramos la posición oculta que sostiene, esto es, lo que realmente motiva o fundamenta el discurso, pero permanece velado. Finalmente, abajo a la derecha tenemos el resultado o efecto del discurso, lo que se genera a partir de la operación del discurso: un producto, un resto, o un efecto no intencional. Estas posiciones funcionan en relación con los elementos (S1, S2, $, a) de la siguiente manera: S1 es la intervención de un significante que ordena o comanda el discurso. S2 es el campo del saber, el conjunto de significantes ya establecidos. $ es el sujeto (ὑποκείμενον) en su condición de división fundamental. Y finalmente está “a” el objeto perdido, la causa del deseo, y el plus-de-goce. La interacción entre estas posiciones y elementos crea las dinámicas específicas de cada práctica discursiva, reflejando diferentes estructuras de poder, conocimiento y deseo.
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Analicemos el caso de la desconstrucción subjetivante e instituyente (Mayer-Foulkes, 2009, p. 48):
Desde esta perspectiva tenemos que lo que impulsa el discurso es la patencia de una ausencia, un indecidible: pienso en el caso de φάρμακον (phármakon), que es tanto un remedio como un veneno, desde el que se inaugura con un gesto de articulación parcial y contingente un régimen de presencia, visibilidad y transparencia. Cuando Mayer-Foulkes (2009) sitúa el deseo (a) como aquello que impulsa el discurso subjetivante e instituyente de la desconstrucción, esto permite explicar la ausencia, la pérdida, como articulación de una presencia ausente. Es la ausencia de la indeterminación que un régimen de presencia clausura con el gesto de decantarse por una articulación significante determinada. Desde aquí empieza el movimiento, el deslizamiento radical (de la historicidad, por ejemplo), hacia un campo de significantes dados (S2): las prácticas discursivas de la filosofía, así como las de la historia, por ejemplo. Con lo que resulta que el quehacer de la desconstrucción es operar una práctica de desocultamiento, en los significantes que intervienen (S1) en el marco de aquel campo constituido de significantes (episteme), de aquellas estructuras ausentes. Operación que no podrá inaugurar un nuevo régimen de presencia, antes bien, lo que se espera es la emergencia de la ausencia de origen ($). Es así que, en el caso de la desconstrucción instituyente, lo que la misma instituye no es más que la diferencia-en-repetición: la inversión de la posición entre S1 y $ tiene que ver con que mientras que la intervención deconstructiva subjetivante la misma “termina” con la consignación de la insuficiencia última de la estructura significante (la ausencia de origen), en el caso de la intervención deconstructiva instituyente, en cambio, esta “termina” en la multiplicación de los discursos, en la diferencia-en-repetición.
Ahora bien, la estructura significante y la articulación de posiciones, ¿cómo nos permite pensar el movimiento de la historicidad, de aquella “imposibilidad misma del presente y la presencia” (Mayer-Foulkes, 2009, p. 44)?
Para empezar, ¿es posible interpretar la estructura significante y la articulación de posiciones de modo tal que el mismo se configure a partir de dos regímenes, de un lado, el de la presencia, la visibilidad y la transparencia, y, de otro, el de la latencia, lo que subyace y se oculta? Aún más, ¿nos es dado pensar que dicha estructura no solamente da cuenta de ambos regímenes, sino que la misma se inscribe en dos órdenes: el de la significación y el del significante? Ceteris paribus: conservando los elementos (S1, S2, $, a), las posiciones (agente, Otro, verdad, producción), así como las articulaciones y fuerzas vectoriales y de remisión (extracción y traspaso, emergencia y (des)identificación, inserción y articulación, delimitación y apertura, confusión y sentido).
Pero, ¿por qué precisamente estos órdenes y estos regímenes? ¿Por qué posicionarlos de esta manera? El régimen de visibilidad se encontraría en la parte superior de la fracción dado que viene a ser aquello que se muestra, aquello que se articula (S1 → S2) y que al hacerlo oculta los elementos que configurarán aquel régimen dado en llamar de latencia ($ → a). La relación entre ambos es la misma que la que puede establecerse entre lo visible y lo oculto. El orden de la significación (S1$) , nunca completamente fijo, es un ámbito de negociación y reinterpretación, ámbito de las condiciones de posibilidad de todo proceso de significación mientras que el orden del significante (S2a) lo es de lo complejo e indomable, el ámbito de las articulaciones que son posibles a partir de unas condiciones dadas.
Pues bien, ¿cómo pensar desde dicha estructura significante la intervención historiográfica, así como los movimientos de la historicidad? ¿Cómo establecer un paralelo entre las estructuras de poder, conocimiento y deseo (de la estructura significante lacaniana), con los movimientos de la historicidad (en términos de deslizamiento radical; articulación parcial y contingente, interesada e incompleta; insaturación), así como con los momentos de la intervención historiográfica (multiplicación de los discursos históricos, suspensión de los mismos en conjunto y consignación de su insuficiencia última)?
