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Círculos coloridos

Passing the Gift

Retamo Espinoso

Las transmisiones espectrales refieren a un modo particular en que los traumas y las experiencias dolorosas del pasado se transmiten y hacen huella en las generaciones posteriores, de forma encriptada, indirecta, diríamos, fantasmática. Estas ocurren cuando aquello que no pudo ser simbolizado, puesto en palabras e integrado a la trama narrativa de una generación, persiste como un núcleo críptico, un agujero mnémico que se hereda de manera larval a los descendientes. Se entiende así que no se trata de una transmisión directa de recuerdos o relatos, sino de la migración de una falta, un vacío que se encarna en síntomas, inhibiciones, actuaciones compulsivas y diversas formaciones del inconsciente en los sujetos posteriores. Es como si un espectro, un fantasma del pasado traumático, acechara y se colara en las subjetividades herederas de modo casi inevitable, pese a no ser claramente simbolizable ni localizable en ningún registro concreto.

Lo absciso de los endeudados,

el orden del retamo

o brezal espinoso

y el suplemento de la escritura.

Lo que sigue es el intento de “interpretar la historia concreta en sus propios rasgos como naturaleza, y de hacer a la naturaleza dialéctica bajo el signo de historia” (Adorno, 2010, p. 328). Lo que sigue es el torpe intento de transitar aquel brete de “la coincidencia horrorosa y desalentadora entre historia humana y geología terrestre” (Morton, 2018, p. 29). De un lado, el colonialismo y el extractivismo (la historia como naturaleza). De otro, la restauración ecológica, la erosión del suelo y la degradación de la tierra (la naturaleza como historia).

 

La dificultad que se nos impone es la de no rebasar los límites de una fenomenología de la errancia y la dislocación, para la cual se haga imposible “restituir una operación subjetiva y sintética, testimonial y coherente de la historia” (Villalobos-Ruminott). Entonces, ¿cómo no rebasar en lo que sigue la singularidad del acontecimiento de inscripción? ¿Cómo no articular en lo que sigue una cierta representatividad generalizada de la vida, un discurso de autorrestauración, una cierta unidad subjetiva como la de la coincidencia del sujeto consigo mismo? ¿Cómo gravitar del otro lado del lenguaje, allí en la presión de lo real?

1. Fotografía Monserrate.jpg

Lo que sigue empieza con una fotografía de un álbum familiar de una pareja en un columpio doble de metal en los cerros orientales de Bogotá, en el cerro de Monserrate (ca. 1985). Los dos cerros tutelares de la ciudad están consagrados a dos advocaciones marianas: la virgen de Monserrate y la virgen de Guadalupe. Pero, como Walter Benjamin en Infancia en Berlín, cuando contemplando las estatuas de Federico Guillermo y la reina Luisa en Tiergarten, reseña que “Sin embargo, me gustaba más ocuparme de los basamentos que no de los soberanos, porque lo que sucedía en ellos, si bien confuso en relación con el conjunto, estaba más próximo en el espacio” (Benjamin, 1982, pp. 15-16), análogamente, me preocupa más aquello a lo que no llega el concepto: lo indomable (en tanto que resiste y supera los intentos de control y significación), lo excedente (pues escapa a categorizaciones y usos planificados), lo indócil (la resistencia a conformarse completamente a esquemas y categorizaciones), lo irreductible (dado que no puede ser completamente explicado o contenido en sistemas de significado).

 

Los cerros orientales de Bogotá han pasado de articularse como parte integral de un ecosistema, en este caso el bosque andino, así como de una cosmovisión, la muisca, a transitar, en la época colonial, a un articulación en términos de fuente de recursos para la expansión urbana. Y desde allí se han seguido diferentes articulaciones que los han configurado en relación a problemas sanitarios y de abastecimiento de agua, así como en términos de una solución a problemas de salubridad y estética urbana, tanto como símbolo de éxito en la recuperación ambiental y problema ecológico que requiere una nueva intervención. En el caso de la historia de los cerros orientales la misma pone en cuestión los modos en los que el significado “árbol” ha sido reducido a menudo a su función utilitaria o estética, haciendo abstracción de las condiciones materiales específicas y las complejidades ecológicas. Simplificación que ha conllevado consecuencias materiales concretas: deforestación y erosión del suelo, alteración de los ciclos hidrológicos, introducción de especies invasoras, desplazamiento de flora y fauna nativa. La tensión entre significado y significante, entre lo abstracto y lo material, tuvo profundas implicaciones ecológicas y sociales. Cada articulación entre significante y significado ha sido contingente, dependiendo de factores históricos, culturales, económicos y científicos de cada época. Estas articulaciones no han sido naturales ni necesarias, sino producto de relaciones de poder, conocimientos disponibles y necesidades percibidas en cada momento. En todo caso, cada nueva articulación ha tenido consecuencias materiales concretas en el manejo y la transformación física de los cerros, a saber: la restauración ecológica, la erosión del suelo y la degradación de la tierra.

 

Vuelvo a la fotografía. En la misma puede verse, de hecho, un retamo espinoso, producto de las estrategias de recuperación y restauración ecológica que la ciudad inició en los años 50 en las áreas afectadas del bosque andino. Especie que fue plantada junto con eucaliptos y pinos, dadas sus altas tasas de crecimiento y propagación, pero desconociendo que al no tratarse de especies endémicas y devenir en especies invasoras han sido causa de la pérdida de biodiversidad en la ciudad. ¿Podemos conjurar en la imagen del retamo espinoso en los cerros orientales de Bogotá, la posibilidad de pensar la oquedad entre significado y significante, entre lo conceptual y lo no conceptual, en tanto planta invasora que desplaza especies nativas? ¿En qué sentido puede devenir en su condición efímera y transitoria como algo que está distribuido masivamente en el tiempo y el espacio, capaz de desarticular la monumentalidad de lo dado, de lo establecido, de lo coherente? El retamo espinoso, su potencial colonizador que subyace a su condición ornamental, ¿acaso no deviene en símbolo del colonialismo (después de todo compite por espacio con las especies nativas) y del extractivismo (también compite por recursos) que está en las raíces mismas de la migración y la deuda? ¿De qué manera la competencia por espacio y recursos, su devenir colonial y extractivista, comprometen la diversidad y la riqueza a través de la migración y la deuda?

 

La facticidad del retamo espinoso, esto es, la competencia por espacio y recursos por la cual se suceden el colonialismo y el extractivismo, así como la migración y la deuda, rebasa aquellas significaciones sedimentadas que se produjeron en el marco de las estrategias de recuperación y restauración ecológica de los cerros orientales. (Ha sido en el Embalse de la Regadera donde fue plantado por primera vez el retamo espinoso, especie traída por funcionarios de la Empresa de Acueducto de Bogotá. Lo que en su momento se pensó sería un bien para la erosión resultó siendo un mal para la biodiversidad, por cuanto ha logrado colonizar las tres cordilleras). Aquella imagen completa que creemos tener de los cerros tutelares de la capital, ¿no coincide con la condición monumental que desprecia la materialidad de la historia tanto como ontologiza la contingencia como esencial a la historicidad? Olvidados de la materialidad de la historia, de las condiciones individuales e individuantes, es que entendemos “que la unidad de la verdad escaparía a cualquier interrogación” (Benjamin, 2006, p. 226). Lo completo, lo autosuficiente, lo coherente, lo necesario, lo ilimitado… rebasa, por inexistente, el horizonte del conocimiento, de lo interrogable, al tiempo que reproduce estáticamente las condiciones y relaciones de clase. Lo interrogable, lo transitorio, lo discontinuo, lo temporalmente único, lo particular, la facticidad material, en cambio, “no puede sostenerse, no puede poseerse” (Buck-Morss, 1981, p. 128). La transitoriedad del retamo espinoso deviene dialécticamente. De aquí que no pueda poseersele.

3. Pasaporte (81.643_edited.png

Dos pasaportes: 81.643.391 y 81.742.464. El primero un pasaporte de 16 páginas expedido el 20 de abril de 1987 y válido hasta el 20 de abril de 1992. Documento que reemplaza a otro similar expedido en San Cristóbal el 03 de abril de 1979. El pasaporte tiene la siguiente anotación (un recuento de pasaporte, esto es, el trámite por el cual se traslada la información migratoria que se encuentra en los archivos del organismo emisor y se plasma el visado del pasaporte anterior del ciudadano extranjero a uno nuevo por motivos de extravío, vencimiento, deterioro o cambio del documento): “El titular ingresó al país por San Antonio del Táchira el día año 66 [sic] en calidad de ilegal. Se [ilegible] realizó transeúnte por un (1) año según solicitud No. 1506 del 15-12-80”. El segundo pasaporte de 36 páginas expedido el 25 de abril de 1978 y válido hasta el 25 de abril de 1980. El documento fue revalidado en diferentes fechas, siendo la última el 25 de abril de 1985 en el Consulado de Colombia en San Cristóbal. El mismo evidencia diferentes sellos de permisos de transeúnte por un año, expedidos por la Dirección General Sectorial de Identificación y Control de Extranjeros, del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Venezuela, desde el 20 de septiembre de 1980 hasta el 06 de febrero de 1986. Los pasaportes se corresponden con la pareja de la fotografía en los cerros orientales de Bogotá. Ellos coinciden en ser transeúntes temporales en diversos momentos en Venezuela. Para ambos la condición viandante parece ser una constante. Desde jóvenes se ven confrontados por la necesidad de trabajar y aportar a la economía del hogar. Siempre buscando mejor suerte en otros países, en otros destinos. Venezuela, México, Estados Unidos, España, Alemania, Francia… cualquier destino promisorio y mejor que la situación dada. Hasta tal punto es esto así que la pareja ha naturalizado la asociación entre deuda y migración. Sin embargo, el dolor y el drama anexo se ha invisibilizado. Los endeudados. Tal sería la historia de este árbol genealógico. La deuda deviene en aquella espectral presencia que una vez asoma bajo la figura del migrante, del clandestino, del ilegal, y otras en las formas del precariado, el cognitariado.

Carta del 07 de mayo de 2001 (p. 1). Bogotá, Colombia. Intercambio epistolar realizado una vez uno de ellos ha tenido que migrar a España. La carta testimonia el drama propio de la migración, en especial, aquel aspecto referente a la separación familiar. El relato epistolar permite entrever las razones detrás del viaje, a saber, la deuda, la crisis económica de un hogar. 

8. Carta 07-05-2001 (p. 2).jpg

Segunda hoja del mismo intercambio epistolar. En este apartado se dan a conocer una serie de detalles que permiten conocer un poco más de la constitución del hogar. Dos hijos en edad escolar. Todo esto es abordado desde la perspectiva que se configura en una constante, un leitmotiv: la deuda. Se mencionan los gastos que supone la manutención de los escolares: “en una semana le doy al uno y en la otra al otro” [sic]. Gastos que representan textos y útiles escolares, así como salidas culturales y pedagógicas, y actividades extracurriculares. Se revela un eje adicional al de la deuda y que es determinante en el contexto de este intercambio: el dolor de la ausencia. Aunado al extractivismo de la deuda y la migración está la presencia espectral de la vida personal bajo el capitalismo: el ingreso de las mujeres en el ámbito del trabajo asalariado, la tarea de cuidar en la vida cotidiana bajo el capitalismo global, la profundidad con que las desigualdades de poder penetran la vida emocional. Esto es, el extractivismo que operan los países del Norte Global del valioso metal del amor del Sur Global (Hochschild, 2008, p. 11).

El intercambio epistolar es la ocasión para continuar con las conversaciones telefónicas que en el momento de la comunicación no se podían realizar de manera diaria. Entre otras razones, la principal era el costo de las llamadas: tarjetas telefónicas usadas como sistema prepago de llamadas, así como los cargos de larga distancia internacional. Se revelan algunos detalles en torno a las condiciones en las que se vive en España: “yo sé que tú estás mandando todo lo que haces y eso también me hace sufrir mucho, puesto que eso de no tener para aportar donde vives es muy feo, y que la gente se cansa y como tú dices las visitas son buenas por unos cuantos días” [sic]. La presencia espectral que se sigue de aquí es la del vacío en el ámbito del cuidado que crea un vacío social. Vacío que abre paso a una cultura de la mercancía, la cual, a su vez, ofrece sustitutos materiales del cuidado.

Es el cierre de este intercambio epistolar. La carta se cierra con una marca de lápiz labial y el nombre “Lily”. Todo lo cual pone en evidencia la naturaleza corporal de la memoria. Al tiempo que también nos indica que el álbum familiar es un objeto depositario de residuos reales, por ejemplo, lo que pierde el cuerpo (cachos de pelo, dientes y hasta ombligos de recién nacidos). Una marca de lápiz labial: una marca de identidad personal, la huella de un ser querido ausente, un vestigio de intimidad, un gesto de afecto. La presencia espectral de los seres queridos dejados atrás por la distancia y la adversidad económica. Los ejes que vertebran esta narrativa están presentes y son más acuciantes. Se interroga si es necesario explorar otras alternativas diferentes a las de la migración, después de sopesar las angustias y los dolores de la separación, por ejemplo: vender una casa para pagar una hipoteca sobre la misma, y así, con el dinero restante “comprar un terreno en un lugar donde uno pueda hacer aunque sea un local” y poner un negocio.

 

El despojo, la deuda, la dislocación, la violencia, supuestos en la migración por razones económicas… Pero, asimismo, la restauración ecológica, la erosión del suelo y la degradación de la tierra, que subyacen al potencial colonizador y a la condición ornamental del retamo espinoso, ¿no son acaso el otro lado del lenguaje, la presión de lo real? Aquello que hace abstracción de la experiencia individual, lo completo, lo autosuficiente, lo coherente, lo necesario, lo ilimitado, esto es , el concepto, también es sustracción del dolor que atraviesa y lacera carne, huesos y alma. La fotografía, su materialidad, su facticidad, entonces, no se reduce al efecto químico de una causalidad física (electromagnética). Pero tampoco a la proyección de una serie de valores que proceden de nosotros y que, por lo mismo, no están originariamente contenidos en la imagen. Dicha facticidad es, precisamente, lo que no puede sostenerse, lo que no puede poseerse, puesto que es lo indomable, lo excedente, lo indócil, lo irreductible. Pues cada vez que se sedimenta una significación, los significantes, la experiencia, se multiplican y esta inscripción que, a su vez, arriesga una articulación más, también se ve sobrepasada por la facticidad de una otra y misma presencia espectral, una precariedad permanente: la deuda, la condición de los endeudados, la propia condición cognitariada y asalariada de quien escribe (de salón en salón, de materia en materia, de edificio en edificio, de clase en clase): “Los endeudados se nos aparecen como encadenados, condenados a cargar con la cruz de su deuda en medio de la impotencia y la soledad. Tienen (y son pues) menos que nada, ya que ni siquiera poseen lo que aparentan tener [...] Expuestos a una precariedad permanente, solo son poseedores de esa obligación que los ata a sus acreedores todopoderosos” (Citton, 2019, p. 168).


 

Adenda

 

Somos aquello que nos precede. Somos en medio de lo que nos ha precedido. La condición humana, no la naturaleza, la condición, se da in fieri. Este ser, esta sedimentación contingente en la que devengo, se da en contigüidad, en la multiplicación de las singularidades. No en la identidad ni en la identificación. No soy aquello que mi nombre entraña. Devengo en aquello que excede el nombre a través de las relaciones de contigüidad y los desplazamientos metonímicos. Aquello que sobreviene, sobrevive, pervive, es lo que soy: “ese nudo de anacronismos, esa mezcla de cosas pasadas y cosas presentes” (Didi-Huberman, 2009, p. 48). Impronta, huella, vestigio, rastro, resto, indicio. Contigüidad y contingencia. Pero también excrecencia (ex-crescere = ‘un crecimiento anormal’), esto es, acumulación (ad-cumulus = ‘reunir o amontonar algo’) tanto como extracción (ex-trahere = ‘sacar o retirar algo de donde está’).

 

De un lado, la contigüidad y la contingencia. La primera una relación espacial concreta y actual. La otra una relación temporal o causal potencial. Evocan proximidad, contacto, posibilidad, eventualidad, conexión y límites. De otro, la excrecencia, un crecimiento anormal hacia afuera, la acumulación, un aumento por adición, y la extracción en tanto remoción o separación. Todos ellos aluden a transformación, movimiento, cantidad, dirección, origen y destino, intencionalidad. La contigüidad y la contingencia, ejes sobre los que hemos puesto a gravitar la condición humana, tienen por condición de posibilidad una estructura excrecente, extractivista y de concentración.

 

Para esbozar los contornos de aquellas condiciones de posibilidad (la acumulación y el extractivismo) de la contigüidad y de la contingencia, el síntoma, el rasgo excepcional, que no la esencia, lo universal y lo arquetípico, de la experiencia humana en el tiempo y en el espacio, apelaré a una representación en términos de anchura y longitud, esto es, entre lo absciso, lo escindido, y lo que se ha dispuesto en detrimento de un orden y en la formalización regular de otro. 

 

¿Acaso no son la acumulación y el extractivismo las condiciones de posibilidad del capital? Este último, a su vez, deviene en condición de posibilidad del sujeto contemporáneo, cuyos contornos vienen dados por la experiencia de la contigüidad y de la contingencia. No hay origen. No hay ninguna pertinencia fundamental, solamente articulaciones contingentes. No hay términos positivos, sólo diferencias: la contigüidad se define en su relación a la contingencia, la acumulación en su relación al extractivismo, la anchura se define en su relación a la longitud.

Answer Key (3).png

El eje (axis, pero también ἄξων) extractivismo–acumulación lo es de la verdad, de lo que no es susceptible de interrogarse, como sea que apunta al ámbito de la unidad, de lo articulado, de aquello que se ha sedimentado como resultado de sucesivas determinaciones. Implica la institución de un centro simbólico, de un ordenamiento que establece jerarquías, distinciones y correspondencias entre los diversos planos de la realidad. El vector (vehō así como ὄχος) contigüidad-contingencia es el territorio de lo interrogable: sobre este cabe preguntarse en términos de magnitud, dirección y sentido. El eje puede ser tanto una línea real como una imaginaria que pasa por el centro de un cuerpo y alrededor del cual este gira. El vector deviene en un agente que transporta algo de un lugar a otro. El eje actúa como un punto de referencia fijo alrededor del cual ocurre el movimiento. Los vectores se usan para describir fuerzas. Mientras que el eje tiene un origen muy concreto en objetos físicos como ruedas y cigüeñales, el vector, aunque derivado de la idea de transporte, ya implicaba cierto nivel de abstracción desde el principio (la idea de “llevar” o “transportar” algo). El término eje ha pasado de un significado puramente físico y mecánico a convertirse en una metáfora y una abstracción útil. La dimensión vectorial se asocia más con lo concreto, lo contextual y lo relacional. La dimensión axial se asocia más con lo abstracto, lo estructural y lo metafórico.

 

La condición humana in fieri no es puramente caótica (solo vector) ni completamente predeterminada (solo eje). Es una interacción constante entre lo dado (eje) y lo que está en proceso de hacerse (vector). No somos simplemente lo que somos (un punto fijo en un eje), sino que estamos constantemente en proceso de convertirnos (un vector en movimiento). La anchura de lo vectorial es aquella amplitud de experiencias y posibilidades que se despliegan en el tiempo de una condición abierta y cuestionable de la existencia que está en proceso. La longitud es la ilusión de cierta estructura (axis) para dar sentido a lo que deviene. Representa lo dado, lo que proporciona un marco de referencia, no incondicionado, sino discursivo, no lógico, sino metafórico. La representación anchura–longitud, entonces, no es más que la agencia humana (vector) dentro de ciertas limitaciones o marcos (eje).

 

Carencia (contigüidad–contingencia) y saturación (acumulación–extractivismo): “La carencia jamás es dramática, lo fatal es la saturación: crea al mismo tiempo una situación de tetanización y de inercia” (Baudrillard, 2001, p. 38). En el territorio de la carencia, señalar que la contingencia se da por contigüidad es, indicar que la significación es parcial porque el significante se da por contagio metonímico. En el orden de la saturación, jerarquías, distinciones y correspondencias se dan por operaciones de selección y sustitución acumulativa y extractivista. Mientras que la carencia es paratáctica, esto es, sucesiones que discurren en un único plano, la saturación es hipotáctica, en tanto articulación subordinativa por la que se establecen jerarquías. Volvemos sobre las imágenes de lo absciso y lo ordenado.

 

La condición in fieri de los endeudados, así como el potencial colonizador–ornamental del retamo espinoso, se encuentran en la misma relación que se da entre lo absciso (condicionado) y lo ordenado (condicionante). De aquí surge la necesidad entonces de historizar a manera de una puesta en el abismo (mise en abyme), una proyección al infinito (ápeiron), aquello que se ha dispuesto en detrimento de un orden (la cosmovisión muisca y el ecosistema del bosque andino) y en la formalización regular de otro (el orden y el paisaje del brezal). Precisamente, el orden del brezal (en tanto paisaje y por lo mismo construcción del mundo y forma de ver) puesto en el abismo de la multiplicación de las singularidades está asociado con el paisaje británico (furze–gorse–heath), ese que ha sido tomado como paradigma para complementar la pobre flora nativa (to supplement the poor native flora), según expresión de Vernon Rendall, en un artículo del 6 de mayo de 1933, The glory of gorse. Allí, entre otros, cita a Keats en Teignmouth, en una carta a Haydon, donde el mismo anota: “The sheep on the lea o' the down, / Where the golden furze, With its thin green spurs, / Doth catch at the maiden's gown (Las ovejas en la llanura del collado, / donde el brezo dorado, con sus delgadas espinas verdes, / se aferra al vestido de la doncella). Asimismo, cita a Coleridge, en Fears in Solitude, en donde describe un lugar silencioso entre las colinas: The hills are heathy, save that swelling slope, / Which hath a gay and gorgeous covering on, / All golden with the rever-bloomless furze, / Which now blooms most profusely (Las colinas son de brezo, salvo esa ladera en ascenso, / que tiene un revestimiento alegre y magnífico, / todo dorado con el brezo espinoso que florece sin cesar, / que ahora florece con mayor profusión). Aquí subyace aquel potencial colonizador–ornamental del retamo o brezal espinoso. Se trata del orden colonizador-ornamental del brezal espinoso como suplemento (supplementum, y de aquí sub ‘debajo’ y plere ‘llenar’, lo que sirve para completar algo que fata) de la pobre fauna y flora nativa, la de los endeudados. Suplemento, entonces, es oxímoron que conjuga la suficiencia (el orden) que sacia lo absciso, lo escindido. Esta dimensión puede hacerse explícita a través de la siguiente “inmersión más precisa en los detalles de un contenido objetivo” (Benjamin, 2006, p. 225): del tojo o retamo espinoso se produce un remedio homeopático (aquel remedio floral gorse del sistema de remedios naturales desarrollado por el médico británico Edward Bach) prescrito para aquellos que sufren de incertidumbre, aquellos que han renunciado a creer que se puede hacer algo más por ellos, aquellos que han caído en una desesperación aguda, sintiendo que han perdido toda esperanza y que están en un punto sin retorno, en última instancia, aquellos que viven en la anchura de la deuda por la longitud del capital. ¿Cuál es esa esperanza que es restituida? ¿Qué no será la esperanza de los explotados, el equilibrio emocional y mental bajo el signo del capital?

 

Escribo a lo extenso de la anchura de la deuda tanto como bajo la longitud del capital. Escribo bajo el signo de una proximidad que acumula y separa. Escribo bajo el signo del despojo (de en tanto ‘dirección de arriba a abajo’ y spolium ‘presa, botín de los enemigos y cuero de los animales’), el signo de una sustracción y apropiación que actúa desde una posición de dominio o poder: desde una episteme (ἐπιστήμη, conformado por el prefijo ἐπι-: "sobre", "encima de" o "hacia" y el verbo -ἵστημι: "colocar", "situar" o "estar de pie", etimológicamente, ponerse en una posición de ventaja), un campo articulado de saber, un posicionamiento. ¿Cuál? Aquella condición en virtud de la cual nos podemos considerar dueños de nuestro propio tiempo, así como dueños de nuestro propio esfuerzo, el ocio. Después de todo, entonces, si bien me ha precedido la anchura de la deuda y la longitud del capital, entiendo que lo que me es más contiguo no es lo absciso de los endeudados. Ya lo decía Baudrillard, la carencia jamás es dramática, lo fatal es la saturación. Escribo desde el extractivismo intelectual-humanista posibilitado por el ámbito invisibilizado del trabajo asalariado y racializado, por la tarea feminizada de cuidar en la vida cotidiana de hoy bajo el capitalismo global.

 

En la Política de Aristóteles se dice:

 

“Todas las cosas –peces, aves y plantas– están ordenadas conjuntamente de cierto modo, pero no de la misma manera, ni su estado es tal que una cosa no tenga relación alguna con otra, sino que alguna tiene. En efecto, todas las cosas están ordenadas conjuntamente a un fin único, pero ocurre como en una familia: a los libres les está permitido hacer muy pocas cosas a su antojo, más bien todas o la mayoría de sus acciones están ordenadas, mientras que los esclavos y los animales colaboran poco al bien común y muchas veces actúan a su antojo” (Met. 1075a15-20)

 

Bajo el signo de esta escritura, que acumula y que separa, tanto como que está en deuda, hay un orden que permanece incuestionado bajo la etiqueta de “naturaleza”. Incluso la misma idea de un orden yace aquí sin cuestión alguna, tanto como la de un ordenamiento a un fin único. Entonces, mientras que las acciones de los libres, –aquellos a los que les está dado el ocio o la condición escolástica (σχολή, scholé, “ocio”, “tiempo libre”– están ordenadas, las de los esclavos son “un lugar salvaje que continuamente produce su propio salvajismo no regulado” (Halberstam, 2017, p. 20), por contigüidad tanto por proyección al infinito. Posición que, al tiempo que extractiva y alienante, devalúa la experiencia y las individualidades que la sustentan. ¿Acaso no han sido los cuidados, la empatía, los desvelos del corazón de una figura feminizada, los que me han permitido las veleidades intelectuales tanto como los desvaríos del corazón?

 

De modo que esta inscripción ha devenido en suplemento (supplementum) tanto de la anchura de la deuda como de la longitud del capital, de  lo absciso de los endeudados, como del orden del retamo o brezal espinoso. Suplemento ornamental así como terapéutico: tanto en el sentido de complementar la pobre fauna y flora nativa, como en el de la esperanza restituida. Queriendo gravitar el otro lado del lenguaje, la presión de lo real, la singularidad del acontecimiento, he cedido a aquella fantasía de la identificación. Lo que se ha producido no ha sido una puesta en abismo (mise en abyme), una proyección al infinito (ápeiron), sino la excrecencia: la acumulación excesiva, la búsqueda constante, la satisfacción del deseo, la construcción de identidad.

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